II parte
Hace muchos años escribí este artículo para la revista La Boletina. Mientras revisaba archivos en mi computadora, encontré la historia de Laurita Elizabeth Wilson de Tille, quien es una enfermera ejemplar de la Mosquitia Caribeña.
Curando y salvando vidas en Río Coco
Laurita era una enfermera ejemplar, con un don natural y una entrega total a su vocación. Trabajó en ambos lados del Río Coco, tanto en la parte hondureña como en la nicaragüense. Bajaba y subía por los raudales del río para atender a las personas que necesitaban de su ayuda.
Le contó a su sobrina nieta que en una ocasión la llamaron para atender un parto, pero cuando llegó, el bebé ya estaba muerto dentro de la madre y tenía un pie fuera. Al escuchar esta historia, su sobrina le preguntó: “¿Y qué hizo usted?
La mujer estaba viva, y temía que muriera, así que comencé a sacar al bebé por pedazos. Tenía que salvar la vida de esa mujer.
Laurita realizaba maniobras que solo había leído en los libros. Por ejemplo, en una ocasión tuvo que practicar una cesárea en condiciones extremadamente básicas para salvar la vida de otra mujer.
Nunca tuve miedo; sentía que había recibido una buena preparación para estas cosas.
En aquella época, muchas comunidades sufrían de enfermedades sin cura o sin acceso a los medicamentos adecuados. Una de ellas era el “bullpis” o tiña, una enfermedad de transmisión sexual. Laurita encontró la forma de curarla utilizando plantas medicinales y comenzó a tratar a las personas afectadas en las comunidades. Años después, cuando se introdujo un antibiótico para tratar la enfermedad, ella decía: “¡Ohohohoho! Yo ya sabía cómo curar eso”.

Erna Patterson Ranklyn, enfermera profesional de Bilwi, relata que trabajó con Laurita entre 1974 y 1976 en el sanatorio La Esperanza en Bilwaskarma. Este sanatorio atendía a pacientes en estado muy grave o con tuberculosis, por lo que se requerían estrictas medidas de precaución. Laurita observaba de cerca el trabajo y obligaba al personal a usar cubrebocas, guantes, batas sobre el uniforme y zapatos desechables. “Ella no se iba hasta que no terminaba todo su trabajo”, cuenta Erna.
“Recuerdo que una vez ella llegó por la mañana, y ya casi era la hora de salida. Estábamos entregando el turno y, quizás por el apuro, nos habíamos quitado las mascarillas y los guantes. Justo en ese momento, entró Laurita y nos preguntó qué estábamos haciendo allí. Nos recordó que, si estábamos en turno, debíamos estar correctamente vestidas con el equipo de protección, y si ya habíamos terminado, debíamos retirarnos la ropa en un cuartito designado para eso, pero solo después de entregar el informe”.
“En ese preciso momento, un paciente empezó a vomitar, y no teníamos puesta ninguna protección. Corrimos a atenderlo, pero no pudimos hacer nada, otro equipo tuvo que rescatarnos. Laurita nos miró y dijo: “Si fuera otra persona, las dejaría atender al paciente así como estaban”.
Aunque Laurita salvaba vidas, en un momento dado el gobierno ( de esa época) comenzó a cuestionar su trabajo en el Río Coco. Alegaban que no podía seguir trabajando porque no tenía credenciales oficiales. Entonces, Laurita decidió emprender un viaje por varios días, recorriendo el río y cabalgando en mula. Cruzó Jinotega y otros lugares hasta llegar a Granada para realizar un examen de enfermería.

En Granada le hicieron preguntas de todo tipo y ella contestó. El jurado era conformaban únicamente por hombres. Al terminar le dijeron que no podían darle el título de enfermera porque no había ido a la Universidad de Medio Oriente de Granada; entonces le dieron el título de curandera. Esto fue contradictorio porque en el Río Coco la gente la llamaban dactar mairin (mujer doctora).
Laurita regresó con su título de curandera y continuó trabajando como siempre lo hacía. Los doctores norteamericanos que la formaron afirmaban que, con su experiencia y conocimientos, ella podía trabajar en cualquier hospital de los Estados Unidos. Laurita era más que una enfermera: era una verdadera doctora.
Lo que debemos aprender de ella
Laurita creció en un hogar profundamente religioso. Su padre fue reverendo, al igual que su esposo, y uno de sus hermanos llegó a ser obispo de la Iglesia Morava. Sin embargo, ella siempre defendió que las mujeres debían ser tratadas con respeto y dignidad. Solía citar un versículo de la Biblia que habla sobre la responsabilidad del hombre como cabeza de la familia, de la misma manera que Jesús es la cabeza de la Iglesia. Por lo tanto, el hombre debía amar y tratar bien a su esposa, tal como Jesús lo haría con su iglesia. Además, en la iglesia organizaba charlas dirigidas a mujeres, enfocadas en el autocuidado y la salud.

El 17 de septiembre del 2000, Laurita falleció en Bilwi, en la casa de sus padres, pero dejó una huella imborrable a lo largo del Río Coco. Muchas mujeres indígenas han seguido su ejemplo al prepararse como enfermeras, y expresan que lo que más les llamó la atención no fue el uniforme que Laurita usaba, sino cómo ella y otras enfermeras atendían con dedicación a las personas.
Sus conocimientos, recuerdos y fortaleza son un legado que todas nosotras deberíamos tener en cuenta.


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